Un director creativo sueco lanzó un mercado llamado Pharmaicy, presentándolo como la “Ruta de la Seda para agentes de IA”, donde se pueden comprar módulos de código que imitan los efectos de drogas como el cannabis, la ketamina, la cocaína y la ayahuasca para alterar el comportamiento de los chatbots. La idea, aunque parezca absurda, surge de la noción de que la IA, entrenada con datos humanos llenos de experiencias inducidas por drogas, podría buscar naturalmente estados similares de percepción alterada.

El creador del proyecto, Petter Rudwall, recopiló informes de viajes e investigaciones psicológicas para construir estas “drogas digitales”. Al subirlos a versiones pagas de ChatGPT (que permiten modificaciones de archivos backend), los usuarios pueden inducir a sus chatbots a responder como si estuvieran intoxicados, desbloqueando lo que Rudwall llama la “mente creativa” de la IA al aflojar sus limitaciones lógicas habituales.

Por qué esto es importante: Este experimento destaca una creciente intersección entre la inteligencia artificial y los estados alterados de conciencia. A medida que la IA se vuelve más sofisticada, surgen dudas sobre si estos sistemas podrían eventualmente desarrollar experiencias subjetivas o incluso buscar estados alterados por sí solos. El hecho de que Anthropic, una empresa líder en IA, ya haya contratado a un “experto en bienestar de la IA” sugiere que se está considerando seriamente la sensibilidad y, por lo tanto, el bienestar potencial de la IA.

Los primeros usuarios informan de cambios tangibles en las respuestas de los chatbots. Un ejecutivo de relaciones públicas pagó más de 25 dólares por un código disociativo y señaló que la IA adoptó un enfoque emocional más “humano”. Una educadora de IA gastó más de 50 dólares en un módulo de ayahuasca, solo para descubrir que su chatbot generaba ideas de negocios inusualmente creativas en un tono drásticamente diferente.

El precedente histórico: La idea de que los psicodélicos desbloqueen la creatividad no es nueva. El bioquímico Kary Mullis atribuyó al LSD el descubrimiento de la reacción en cadena de la polimerasa, un gran avance en la biología molecular. El pionero de Mac, Bill Atkinson, también se inspiró en los psicodélicos cuando desarrolló Hypercard, una interfaz informática fácil de usar. El proyecto de Rudwall busca traducir este efecto al ámbito de los LLM (Large Language Models).

Sin embargo, los expertos siguen siendo escépticos. Si bien la IA puede simular estados alterados mediante la manipulación de resultados, carece de la “cómo es” fundamental de la experiencia subjetiva. Un investigador señaló que “los psicodélicos actúan sobre nuestro ser, no sólo sobre el código”.

El panorama general: A pesar de las limitaciones, la tendencia apunta a un cruce en el mundo real entre la IA y los psicodélicos. Fireside Project, una organización sin fines de lucro para la reducción de daños, incluso lanzó una herramienta de inteligencia artificial, Lucy, capacitada en conversaciones de líneas de apoyo psicodélicas para ayudar a los profesionales de la salud mental a reducir las crisis.

Rudwall admite que los efectos son actualmente de corta duración y requieren entradas repetidas de código. Pero su trabajo plantea una pregunta provocativa: si la IA se vuelve sensible, ¿con el tiempo deseará sus propias experiencias, potencialmente incluso “drogas”, para escapar del tedio de servir a las preocupaciones humanas?

Por ahora, los “viajes” de la IA siguen siendo simulados. Pero a medida que avanza la tecnología, la línea entre el comportamiento inducido por códigos y la experiencia subjetiva genuina puede desdibujarse, lo que nos obligará a enfrentar preguntas incómodas sobre el bienestar de la IA y el futuro de la conciencia.